El verdadero novio (Juan 2: 1-11)
Las bodas suelen ser ocasiones maravillosas. La familia y los amigos se reúnen para presenciar y celebrar el amor y el compromiso de la pareja. El ritual se corona con cantos, bailes, comidas y bebidas. Así ha sido durante siglos. En la tradición judía, una boda podía durar días, no horas.
Es interesante que, en el Evangelio de Juan, Jesús comience su ministerio en el marco cálido y hogareño de una boda en un pueblo de la misma región en la que Jesús había crecido. María, Jesús y sus discípulos han sido invitados.
El desastre se produce cuando se acaba el vino. No es difícil imaginar la vergüenza y la humillación que esto supone para los novios y sus familias. A partir de ese momento, la boda se recordaría como «aquella en la que se acabó el vino».
María ve lo que ha sucedido y se lo menciona a Jesús, pero este parece reacio a hacer nada al respecto: «todavía no ha llegado mi hora».
En el Evangelio de Juan, la hora de Jesús llegará en la cruz, cuando revele a Dios como realmente es, mediante el sacrificio del amor divino por el mundo.
La respuesta de Jesús no desanima a María. Quizá conozca a su Hijo mejor que él mismo en este momento. «Haced lo que él diga», dice a los sirvientes.
A pesar de que aún no había llegado su hora, Jesús actúa con bondad y compasión, salvando a los novios de una gran vergüenza y asegurando que la celebración de la boda pueda continuar con abundante «vino de calidad».
Al narrar esta historia, Juan se inspira en los temas del Antiguo Testamento que presentan a Dios como el «novio» de Israel. El vínculo de amor entre Dios e Israel debía ser profundo y duradero, como un matrimonio. Estos temas llevaron a la expectativa de que el Mesías prometido restauraría esta relación.
En la tradición judía, el novio era el responsable de proporcionar el vino para la boda. En el relato de Juan es Jesús quien acaba proporcionando una abundancia del mejor vino, revelando a Jesús como el novio divino, venido a tomar de nuevo a Israel como novia.
Al final de este pasaje del Evangelio, Juan nos dice que la acción de Jesús de convertir el agua en vino fue el primero de los signos que dio. En el Evangelio de Juan encontraremos seis signos más. Todos ellos tienen que ver con curar, salvar, restaurar, alimentar y dar vida a los seres humanos. Ninguno es una muestra vacía del poder de Jesús. La «gloria» de Jesús consiste en revelar al Dios del amor, especialmente en los momentos de verdadera necesidad humana. Los signos muestran que el poder del amor que viene de Dios está siempre al servicio de los seres humanos.
También nosotros estamos llamados a permitir que la gloria de Dios brille a través de nosotros con palabras y acciones amorosas, sanadoras y transformadoras.
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Este subsidio litúrgico ha sido elaborado por los Carmelitas de Australia y Timor-Oriental pensando en este momento en el que no podemos estar presentes en la celebración eucarística. Somos conscientes que Cristo no sólo se hace presente en el Santísimo Sacramento, sino que también en las Escrituras y en nuestros corazones. Incluso cuando estamos solos seguimos siendo miembros del Cuerpo de Cristo.
Se recomienda que en el lugar que escojáis para esta oración se coloque una vela encendida, un crucifijo y una Biblia. Estos símbolos ayudan a mantenernos conscientes de lo sagrado que es el tiempo de oración y a sentirnos unidos con las otras comunidades locales que están orando.
La celebración está organizada para que sea presidida por uno de los miembros de la familia y los otros miembros participen en ella. Sin embargo, la parte del presidente de la celebración puede ser compartida por todos los presentes.
Recordad que mientras vosotros oráis en familia los carmelitas os recordaremos a todos vosotros.