El verdadero discípulo
(Mt 10:37-42)
El Evangelio de hoy es la última parte de esta sección del evangelio de Mateo sobre el anuncio del Reino y el papel de los discípulos.
Mateo siempre utiliza eventos como puntos de partida en las enseñanzas de Jesús. Esta sección del Evangelio comenzó con la llamada de Mateo, seguida de las instrucciones dadas a los discípulos cuando salían para la misión. Lo escuchamos el domingo pasado.
Hasta ahora, en este sermón, hemos escuchado a Jesús enseñar que los verdaderos virtuosos son aquellos que tienen misericordia. Los discípulos proclaman el Reino de Dios con obras de compasión y de misericordia. No permiten que el miedo comprometa el mensaje, sino que confían siempre en Dios.
El pasaje de Evangelio de hoy pone de manifiesto tanto el valor como la recompensa del verdadero discípulo. La relación del discípulo con Jesús debe ser el centro de su vida y el contexto de todas sus relaciones.
La hospitalidad y la acogida son expresiones concretas del discipulado porque los discípulos son quienes dan testimonio de la compasión y de la misericordia de Dios con los corazones abiertos y con acciones concretas de bondad.
Aunque el primer párrafo del Evangelio de hoy parece una elección excluyente entre Jesús y la familia, la idea de fondo del texto es que, en nuestra relación con Jesús, todas las demás relaciones adquieren su contexto adecuado.
Es nuestra relación con Jesús la que da profundidad y riqueza a todas nuestras otras relaciones. Así, por ejemplo, nuestras relaciones familiares van más allá de un cumplimiento social. Se convierten en verdaderas relaciones llenas de amor, misericordia, perdón y respeto.
Los fariseos y los Escribas no se convirtieron en buenos discípulos, porque ellos pensaban que la religión consistía en hacer actos religiosos. Ellos iban, a la sinagoga, guardaban la ley, ayunaban; pero sus corazones nunca cambiaron por la observancia religiosa. Ellos decían ser justos, pero despreciaban a los pobres y a los pecadores, sus actuaciones eran sin justicia y sin misericordia.
La verdadera conversión a Jesús no es tan fácilmente identificable en los actos religiosos, sino en las buenas acciones y en las correctas relaciones.
Nuestra observancia religiosa consiste en apoyarnos y alimentarnos con la relación con Jesús, que no es sustituible. Esa relación tiene el poder de cambiar y transformarnos para manifestar a Cristo mediante nuestra vida de misericordia, de compasión, de justicia e integridad.
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