Una fe sincera y fundamentada
(Mateo 23:1-12)
Las advertencias contra los dirigentes concluyen esta semana. Se trata de la última parte de esta serie de lecturas en las que Jesús critica duramente a diversos grupos de dirigentes que no han sabido comprender en qué consisten realmente la religión y la fe en Dios.
El problema gira en torno a la creencia de que la práctica religiosa es todo lo que se necesita para estar justificado a los ojos de Dios. Sin embargo, según Jesús, en realidad se trata de la conversión, el proceso continuo de volverse hacia Dios. Poco a poco, a medida que nuestros corazones son transformados por el Espíritu Santo, llegamos a ver con los ojos de Dios y a sentir con el corazón de Dios. Por eso Jesús insiste en que lo importante es lo que hay en el corazón, no cuántas leyes religiosas se cumplan.
Los escribas y fariseos tienen una visión ‘unidimensional’ y estrecha de la religión y la fe. La visión de Jesús abarca a toda la persona en el camino de la fe. Como dice San Pablo en la Carta a los Romanos: la fe es un camino para rehacerse a imagen y semejanza de Cristo. Cambia y transforma cada parte de nosotros.
Ningún verdadero creyente puede vivir como si la fe y la vida estuvieran separadas. A menudo, los líderes civiles contemporáneos desean que la Iglesia limite sus comentarios únicamente a las cosas ‘religiosas'. Para nosotros, todas las dimensiones de la vida forman parte de nuestro marco religioso: social, política, económica, física, psicológica, mental y espiritual.
Todas ellas se contemplan desde la perspectiva de nuestra fe. Como dijo el Papa Juan Pablo II: “La luz del Evangelio debe incidir en todos los aspectos de la vida humana”. Nuestro sentido moral de lo que está bien y lo que está mal se desarrolla a medida que reflexionamos sobre las cuestiones de la vida humana a la luz del Evangelio.
La nuestra nunca es una actitud de «todo vale en el amor y en la guerra». Sea cual sea el problema, o la esfera de la actividad humana en la que estemos implicados, nuestras palabras y acciones deben ser siempre fieles a los valores de nuestra vida cristiana.
Con Cristo como único maestro aprendemos los caminos de la sabiduría y del amor. Aprendemos a vivir, no según los valores del mundo, sino según los valores del Espíritu.
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