El “caminito”: una espiritualidad de lo cotidiano
Segundo encuentro de formación permanente de la Familia Carmelitana de Europa
24 de febrero de 2024
Giampiero Molinari, O. Carm.
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Preguntas de reflexión - Santa Teresa de Lisieux
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“Es la confianza y nada más que la confianza lo que nos ha de conducir al Amor” (LT 197)[1]: me parece significativo que el íncipit de la Exhortación apostólica publicada con ocasión del 150 aniversario del nacimiento de Teresa se tome de la carta del 17 de septiembre3 de 1896 a sor María del Sagrado Corazón y que el Papa Francisco haga este comentario: “Estas palabras (…) lo dicen todo, sintetizan el carácter genuino de su espiritualidad y serían suficientes para justificar el hecho de que sea declarada Doctora de la Iglesia (n. 2)
De hecho, esta carta es el complemento del Manuscrito B (redactado en el mes de septiembre de 1896 y reconocido como una joya de la literatura espiritual[2]), y podemos considerarlo el “manifiesto” del “caminito”, o sea, aquel sendero de santidad que Teresa intuyó y vivió en primera persona y propuesto después a sus hermanas, a los dos hermanos misioneros y a cuantos se acercan a sus escritos.
Descubrimiento del “caminito”
Como sabemos, la santa explica el descubrimiento del “caminito” en las primeras páginas del Manuscrito C (cf. Ms C 2v-3r). Con bastante seguridad, esto pudo haber sucedido poco después del 14 de septiembre de 1894[3]; de hecho, en esta fecha ingresó en el monasterio su hermana Celina, que llevó consigo un cuaderno en el que había copiado algunos pasajes del Antiguo Testamento, entre los cuales estaba Pr 9,4 e Is 66,12-13. Estos dos textos constituirán la base bíblica de la intuición y posterior formulación de “una pequeña vía del todo nueva” (Ms C 2v), ante la imposibilidad de “subir la ardua escalera de la perfección” (Ms C 3r). De hecho, la joven carmelita es consciente de su propia fragilidad hasta el punto de considerarse un “granito de arena, oscuro, pisoteado por los pies de los transeúntes” (Ms C 2v). Sin embargo, su deseo de santidad no disminuye: por eso ha de encontrar un camino conforme a sus reales posibilidades, una especie de “ascensor”.
En este contexto de búsqueda Teresa se encuentra con los textos arriba citados, que lee en la traducción del latín de la Vulgata: “Si alguno es muy pequeño, que venga a mí” (Pr 9,4). Adviértase que, en el manuscrito, la misma santa subraya la expresión “muy pequeño”: señal de que aquel versículo se le muestra, en su apuro particular como Palabra de Dios para ella. Podemos intuirlo en lo que escribe: “había encontrado lo que buscaba” (Ms C 3r).
Continuando su profundización, se inmerge en Is 66, 13, 12: “Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo: os llevaré en brazos y os haré recostar sobre mis rodillas”. Aquí recibe la iluminación clave:
“¡Jamás palabras tan tiernas y melodiosas como estas han alegrado mi alma unas! ¡El ascensor que ha de elevarme hasta el Cielo son tus brazos, oh Jesús! Por eso, no tengo necesidad de crecer, sino al contrario, es necesario que yo permanezca pequeña, que lo sea cada vez más (Ms C 3r).
La alegría de Teresa se basa en esta “comprobación” bíblica sobre el rostro misericordioso de Dios, que es Padre y Madre, y que nos toma en sus brazos. Ante estos versículos, la santa expresa toda su admiración llena de gratitud: “¡Ante tal lenguaje no cabe sino callar y llorar de agradecimiento y de amor!...” (Ms B 1r), escribe en el Manuscrito B. Es de la contemplación de esta paternidad/maternidad de Dios de donde nace la confianza, que es el eje del “caminito”, presentado a su hermana Sor María del Sagrado Corazón justamente como “el abandono del niño que se duerme sin temor en los brazos de su Padre” (Ms B 1r). En consecuencia, a nadie le queda cerrado el camino de la santidad:
¡Si todas las almas débiles e imperfectas sintiesen lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de su pequeña Teresa, ni una sola de ellas desconfiaría de llegar a la cima de la montaña del amor! (Ms B 1v).
“Permanecer pequeño” y serlo “cada vez más” quiere decir exactamente esto: reconocer la propia fragilidad como criatura, aceptarla y ponerse confiadamente en los brazos misericordiosos de Dios[4]. Al P. Roulland le escribió lo siguiente:
Mi camino es un camino de confianza total y de amor […], tomo la Sagrada Escritura[5]. Entonces todo me parece luminoso: una sola palabra revela a mi alma horizontes infinitos: la perfección se me presenta fácil; veo que basta con reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos del buen Dios (LT 226, del 9 de mayo de 1897. Grassetto mio).
Nos hallamos en el ámbito de la primacía de la gracia, en el que nos detuvimos en el anterior encuentro[6]. En la Exhortación apostólica, el Papa Francisco lo remarca con claridad: “Ante la idea pelagiana de la santidad (…) Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia” (n. 17). Se trata de “situar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que en la cruz de Jesús lo ha dado todo” (n. 20).
El “caminito” como valoración de lo cotidiano
Para describir el “caminito” Teresa se sirve, en el Manuscrito B, del símil del niño que, con el fin de mostrar su amor, no sabe hacer otra cosa que “arrojar flores”.
El niño pequeño arrojará flores, impregnará con su perfume el trono real, cantará con su voz de plata el cántico del Amor! (Ms B 4r).
Este símbolo no tiene nada de romántico, puesto que concretamente significa:
¡No dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada, ninguna palabra, recurrir a las cosas más pequeñas y hacerlas por amor! Ms B 4rv).
Este pasaje lo encuentro fundamental ya que, a mi parecer, nos ofrece la perspectiva exacta para comprender la esencia del “caminito”: la valoración de lo cotidiano como el espacio principal de la santificación. Se trata efectivamente de ofrecer las alegrías y las penas con generosa fidelidad a los deberes del propio estado, de cumplir con gran corazón cualquier acción, incluso las que en apariencia son banales y monótonas, las que impregnan la vida de cada día. En el fondo, lo que Teresa nos propone no es otra cosa sino la santidad de lo cotidiano o “de la puerta de al lado”, usando el símbolo elegido por el Papa Francisco en la Exhortación apostólica Gaudete et exultate sobre la santidad en el mundo contemporáneo (nn. 6-9). Para el tema que tratamos remito particularmente al punto 7:
Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios que sufre: en los padres que con tanto amor hacen crecer a sus hijos, en los hombres y mujeres que trabajan por llevar el pan a casa, en los enfermos, en las piadosas ancianas que siguen sonriendo. En esta perseverancia de ir adelante día tras día veo la santidad de la Iglesia militante (…), la clase media de la santidad (n. 7).
La valoración de lo cotidiano se deja ver ya en una carta del 1893 a Celina. Copio un trozo:
Cuando no siento nada, cuando soy INCAPAZ de rezar, de practicar la virtud: entonces es el momento de buscar pequeñas ocasiones, cosas que no son nada y que gustan […] a Jesús […]: por ejemplo, una sonrisa, una palabra amable cuando habría deseado no decir nada o adoptar un aire esquivo, etc., etc. […]. No siempre soy fiel, pero nunca me desanimo, me abandono en los brazos de Jesús (LT 143. Grassetto mio).
Bien mirado, este es el estilo que más tarde seguirá y aconsejará a los demás Tito Brandsma, cuando todavía era novicio: “La perfección tiene mucho que ver con los trabajos de cada día, incluso los menos importantes. Es muy simple. Sigue a nuestro Señor como un niño. Yo voy dando saltos detrás de Él lo mejor que puedo. He puesto en Él mi confianza y me desentiendo de toda preocupación[7].
El “caminito”:
¿Una espiritualidad de bajo perfil?
La lectura superficial de algunos pasajes podría llevar a pensar que el “caminito” podría ser, en el fondo, una espiritualidad de bajo perfil. Pero si reflexionamos con calma, advertimos que vivir los valores de la confianza, del abandono y de la fidelidad en lo cotidiano va más allá de lo evidente. Según mi parecer, se trata más bien de la elección consciente de la puerta estrecha de la que habla el Evangelio (cf. Mt 7,13-14). Las páginas del Manuscrito C, donde la santa reflexiona sobre la caridad como amor fraterno concreto, son un elocuente testimonio.
En segundo lugar, la confianza reclama un acto de fe, por cuanto –como señala acertadamente el teólogo Robert Cheaib- “el otro permanece como otro, distinto de nuestras proyecciones sobre él. Con mayor razón el Otro que es Dios”[8]. Teresa misma supo algo al respecto, desde el momento que, a partir de la Pascua del 1896, vivió la “prueba contra la fe y la esperanza” (cf. Ms C 4v-7v): su corazón queda cubierto por las “más espesas tinieblas” (cf. Ms C 5v) y el pensamiento de la Patria celestial queda sustituido por la “noche de la nada” (cf. Ms C 6v), “un muro que se eleva hasta el cielo y cubre el estrellado firmamento” (Ms C 7v). Paradoxalmente este tiempo de prueba vuelve más fuerte la confianza de Teresa[9]: “Creo que de un año hacia acá he hecho más actos de fe que durante toda mi vida” (Ms C 7r), escribe en el Manuscrito C, haciendo notar que desde que el Señor
permitió que yo sufriera tentaciones contra la fe, ha crecido mucho en mi corazón el espíritu de fe (Ms C 11r. Grassetto mio).
En las últimas páginas del Manuscrito C, hablando directamente a Jesús, la santa sigue cantando su misericordia en estos términos:
Tu amor me alcanzó desde la infancia, ha crecido conmigo, y ahora es un abismo cuya profundidad no consigo sondear. (Ms C 35r. Grassetto mio).
Son expresiones que sorprenden si se considera que salen de labios de una joven de veinticuatro años gravemente enferma de tuberculosis, que experimenta la esencia de la consolación sensible de Dios.
La madurez que dejan ver estas palabras creo que es la mayor manifestación de la seriedad y de la profundidad del camino espiritual que Teresa recorrió y que propuso después: una confianza total que brota de la seguridad de estar en las manos de Dios en todo momento, y que se convierte en docilidad a la acción transformante de su Amor Misericordioso. La santa habla de ello con claridad en la carta a Sor María del Sagrado Corazón ya citada:
Cuanto más débil es uno, sin anhelos ni virtudes, más dispuesto se halla para la acción de este Amor que consume y transforma. […] Amemos nuestra pequeñez, prefiramos no sentir nada! Entonces seremos pobres de espíritu y Jesús […] nos transformará en llamas de amor! (LT 197. Grassetto mio).
Nos hallamos en el corazón del “caminito” y del Ofrecimiento al Amor Misericordioso:
Mi pobreza misma me da la audacia de ofrecerme como víctima a tu Amor, oh Jesús, […] para que el Amor sea plenamente satisfecho es necesario humillarse, achicarse hasta la nada y que convierta esta nada en fuego (Ms B 3v).
A modo de conclusión:
tres prototipos bíblicos del “caminito”
Para diseñar el “caminito” como valoración de lo cotidiano Teresa recurre principalmente a la Virgen María presentándola como aquella que practicó las “virtudes más humildes” (P. 54,6). A la luz del Evangelio y alejándose de la predicación de su tiempo (y anticipándose, de algún modo, al Concilio Vaticano II), la santa queda fascinada de la vida ordinaria de la Virgen y la contempla como la primera que ha recorrido la “vía común”. Así lo leemos en la estrofa 17 del poema Por qué te amo, María (mayo del 1897):
Sé que en Nazaret, Madre llena de gracia, / tú eras pobre y nada ansiabas: / ni milagros, ni éxtasis o arrebatos / te adornan la vida, Reina de los Santos. / En la tierra es grande el número de los pequeños / que pueden mirarte sin temblar. / La vía común, Madre incomparable, / tú quieres recorrerla y guiarlos al Cielo (P 54,17).
En el penúltimo folio del Manuscrito C Teresa resume, en cierta medida, el contenido del “caminito” sirviéndose de dos personajes bíblicos: el publicano en el templo (cf. Lc 18,13) y la pecadora perdonada, que –según se creía en aquel tiempo- se identificaba con la Magdalena (cf. Lc. 7,36-38). Escribe así:
No es al primer lugar sino al último al que me avanzo. En vez de adelantarme con el fariseo, repito llena de confianza la oración humilde del publicano, pero sobre todo imito el comportamiento de la Magdalena, su audacia fascinante, o mejor, amorosa que fascinó el corazón de Jesús, seduce el mío (Ms C 36v. Grassetto mio)[10].
He aquí la esencia del “caminito”: la confianza, aceptando la propia vulnerabilidad, y el amor. Con estas dos palabras acaba el Manuscrito C, que quedó incompleto, pero providencialmente podemos leerlo como síntesis de toda la vida de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.
[1] Cito los escritos de la santa sirviéndome de la seguiedngtee edición: S. Teresa di Gesù Bambino e del Volto Santo, Opere complete. Scritti e Ultime Parole, LEV–OCD, Città del Vaticano-Roma 1997. Uso las habituales abreviaciones: Ms B, C: Manuscritos autobiográficos B, C; LT: Lettere; P: Poesie.
[2] Cf. Idem, «A mani vuote», 61. Il messaggio di Teresa di Lisieux, Queriniana, Brescia19975, 78.
[3] Cf. IDEM, Teresa di Lisieux. Dinamica della fifucia. Genesi e struttura della «via dell’infanzia s`pirituasle». San Paolo, Cinisello Baldsamo 1996, 75-80.
[4] Cf. IDEM, «A mani vuote», 61.
[5] En contraposición a “ciertos tratados espirituales, en los que la perfección es presentada a través de miles obstáculos» (LT 226) y que acaban secando el corazón de Teresa y cansando su mente.
[6] Como hacíamos notar en aquella ocasión, Teresa resume todo esto en este espléndido pasaje del Manuscrito A: «no pongo la con fianza en mis méritos, puesto que no tengo ninguno, sino que confío en Aquel que es la Virtud, la Santidad Misma: Sólo Él es el que, compadeciéndose de mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará Santa» (Ms A 32r).
[7] Citato in S. SCAPÌN-B. SECONDIN, Tito Brandsma, Maestro di umanità, martire della libertà, Edizioni Paoline, Milano 1990, 23.
[8] R. CHEAIB, L’ermeneutica agapica e nuziale della notte di Thérèse di Lisieux in Teresianum 73 (2022/2), 554.
[9] Ibidem, 546.
[10] Teresa retoma la figura de la Magdalena en su carta al seminarista Bellière, del 21 de junio de 1897 (el mismo mes en el que se redactó el Manuscrito C): «Cuando veo a Magdalena avanzar entre los numerosos convidados y regar con sus lágrimas los pies de su adorado Maestro, que ella toca por primera vez, pienso que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del Corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, este Corazón de amor no sólo está dispuesto a perdonarla, sino también a prodigarle los beneficios de su intimidad divina, a elevarla hasta las más altas cimas de la contemplación» (LT 247).