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Transfigurados en Cristo
(Mt 17:1-9)

En las Escrituras hebreas, las altas montañas se consideraban tradicionalmente lugares sagrados donde se podía encontrar a Dios. Fue en la cima del monte Sinaí donde Moisés recibió la Ley de Dios (Ex 19) y fue en el monte Horeb donde Elías encontró a Dios en la suave brisa (1 Re 19,9ss). Por tanto, no es de extrañar que los discípulos se encuentren con la divinidad glorificada de Cristo en una montaña.

Jesús transfigurado se muestra a los discípulos junto a Moisés y Elías que, en la tradición judía, representan la Ley y los Profetas. En Jesús, estas dos grandes tradiciones alcanzan su plenitud. Moisés y Elías son también las dos figuras de las escrituras hebreas que tienen encuentros directos y personales con Dios.

Tal vez eso afirme que los discípulos encuentran a Dios en y a través de su encuentro con Cristo.

Pedro está encantado con esta visión de Cristo glorificado y quiere conmemorar la experiencia construyendo tres tiendas. Pero la voz de Dios interrumpe la petición de Pedro. Dios parece decir: ‘Olvídate de construir tiendas, Pedro, lo importante es escuchar a mi Hijo amado’.

A través de nuestra profunda atención a la palabra de Dios pronunciada en Jesús, permanecemos en contacto con el corazón de Dios, permitiendo que el amor de Dios nos transforme y transfigure y que ‘estalle’ en bondad.

La transfiguración es una revolución de la mente y el corazón impulsado por el Espíritu de Dios y posibilitada por nuestra apertura de corazón a la Palabra de Dios. Cuando somos ‘atravesados’ por la presencia de Dios, Dios puede ser visto en nosotros y experimentado a través de nosotros.

Se necesita fe y perseverancia para atrevernos a dejarnos tentar por la pasión, la esperanza y la visión de Dios, en lugar de por nuestros propios deseos. Hace falta mucha fe para confiar en la palabra que Dios nos dirige. Pero si lo hacemos, la palabra viva del Elegido forma en nosotros el corazón de Dios.

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Encontrar el Reino de Dios
(Mt 13:44-52)

En el Evangelio, Jesús compara el Reino con un tesoro escondido en un campo, con un comerciante que busca perlas finas y con una red echada en el mar que recoge peces de toda clase.

El punto clave de las parábolas es el comportamiento de las personas en ellas.

En la primera parábola, alguien encuentra un tesoro por casualidad. A veces eso, también, nos puede pasar a nosotros. Somos felices viviendo nuestra vida cuando, por casualidad, sucede algo o nos encontramos con alguien y nuestras vidas cambian para siempre. Reflexionando, discernimos la presencia de Dios en ese encuentro.

En la segunda parábola, el Reino se encuentre después de una larga búsqueda. Es la serenidad de los que buscan siempre y encuentran, de los que tocan a la puerta siempre la tendrán abierta.

La tercera parábola, nos muestra la realidad: el Reino es una variedad de cosas y que al final se necesita separar.

En las dos primeras parábolas, la alegría y el deleite de quienes encuentran (experimentan) el Reino es obvio.

Es tan fuerte que no escatiman nada para poseer el Reino.

El propósito de las parábolas no es dar respuestas, sino hacernos pensar.

Como sabemos, el Reino de Dios no es una ‘cosa’ o un ‘lugar’. Es la experiencia o un encuentro con la vida de Dios.

En la vida y en el ministerio de Jesús muchas personas experimentaron el Reino a través del encuentro con él, que les dio dignidad, amor, perdón, liberación de las enfermedades, de sus discapacidades e incluso de la muerte. Jesús hizo presente el reinado de la gracia de Dios en las personas con todo tipo de necesidad.

Si bien, a veces, nos abruma la experiencia de Dios en nuestros corazones, con mayor frecuencia experimentamos el reinado de la gracia de Dios a través de los otros. Estas personas, como Jesús, de alguna manera hacen presente, hacen realidad la presencia y la acción de Dios especialmente (pero no solo) en nuestros momentos de necesidad.

Habiendo experimentado eso, también nosotros deseamos poseer, encontrar y aferrarnos a la Fuente que nos tocó profundamente y nos trajo esperanza, consuelo y libertad.

El Reino, como se nos recuerda en la tercera parábola, es una mezcla de peces buenos y malos, santos y pecadores. No es la tarea de los miembros del Reino juzgar, la selección final pertenece solo a Dios.

Mientras tanto, la paciencia y la tolerancia deben guiar el comportamiento de aquellos que viven en el Reino.

Las personas del Reino buscan las cosas que son de verdadero valor en la vida. Ellos están preparados para hacer grandes sacrificios y hacerlos suyos. Viven sus vidas con virtud y sabiduría y sus vidas son una bendición para los otros, en la medida que sacan de su tienda valores y virtudes, sabiduría y gracia. Ellas nunca dejan de buscar las cosas que tienen un valor real, las riquezas del Reino y nunca dejan de hacer presente a Dios en medio de aquellos que lo rodean.

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La paciencia del Agricultor
(Mt 13:24-30)

El Evangelio de San Mateo, que estamos leyendo, es la sección que se refiere al Reino de Dios. Jesús utiliza esta expresión con frecuencia en sus enseñanzas. El Reino no es el cielo, el Reino es la vida y el corazón de Dios. Vivimos en el Reino cuando vivimos con la mente y el corazón de Dios.

El Reinado, o el Reino de Dios, irrumpe en la realidad humana cuando los seres humanos viven, respiran y actúan según la vida de Dios, cuando el corazón de Dios se vuelve nuestro, cuando permitimos que Dios nos hable y actúe en y por medio de nosotros.

Jesús, frecuentemente, usa parábolas en sus enseñanzas: historias que hacen referencia a la vida real, pronunciadas para que sus oyentes piensen, hagan preguntas y tomen decisiones.

La parábola, que hemos escuchado hoy, es una historia sobre el trigo y la cizaña que crecen juntos en un campo. Aparentemente, la maleza se parece tanto al trigo que es casi imposible distinguirlas hasta que las espigas brotan en el momento de la cosecha. Solo entonces se podrá notar realmente la diferencia entre ambas plantas. Antes de eso, puede haber algunos signos relacionados con la dirección en que crecen las espigas. Quizás eso es lo que ven los siervos y le informan al propietario.

Los siervos preguntan al propietario si quiere que recojan la cizaña. El propietario les responde: dejad que ambas crezcan juntas hasta la siega, cuando la diferencia será obvia. Ese será el momento de desmalezar.

¿Entonces, qué significa todo esto?

Sin duda, en la comunidad de Mateo había personas que pensaban que el Reino de Dios llegaría pronto y con vehemencia e inmediatamente aplastaría todo lo que era contrario. Otras personas se preocupaban con el hecho que la llegada del Reino era lenta y querían eliminar a los “malvados” según su propio juicio.

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Ser tierra fértil
(Mt 13:1-9)

El Evangelio de San Mateo, que estamos leyendo, es la sección que se refiere al Reino de Dios. Jesús utiliza esta expresión con frecuencia en sus enseñanzas. El Reino no es el cielo, el Reino es la vida y el corazón de Dio. Vivimos en el Reino cuando vivimos con la mente y el corazón de Dios. El Reinado, o el Reino de Dios, irrumpe en la realidad humana cuando los seres humanos viven, respiran y actúan según la vida de Dios, cuando el corazón de Dios se vuelve nuestro, cuando permitimos que Dios nos hable y actúe en y por medio de nosotros.

En esta sección acerca del Reino de Dios es la clave central del Evangelio de San Mateo. El evangelista utiliza siete parábolas con sus explicaciones para desarrollar las enseñanzas de Jesús sobre el Reino.

El Evangelio de la semana pasada ofreció tranquilidad a aquellos que son sobrecargados por la ley religiosa y a menudo son incapaces de entender que Dios no los ha abandonado. Jesús dice que él es quien revelará lo que Dios es realmente, a través de la gentileza y la humildad al proporcionar descanso (no más cargas) para sus almas.

Esta semana comenzamos la serie de parábolas sobre el Reino con la parábola del sembrador. El sembrador siembra, la semilla cae, a veces el trabajo del sembrador tiene éxito, a veces no. Los diferentes suelos representan diferentes respuestas humanas para escuchar la palabra de Dios. No todos reciben el mensaje o responden bien a la invitación.

La parábola nos enseña que Dios intentará cualquier cosa para obtener una cosecha. El signo del éxito es el fruto de los destinatarios. Entonces es cuando la palabra de Dios sembrada en nuestros corazones se convierte en nuestra palabra también.

Los que responden a la invitación a la vida en el Reino producen la cosecha de la bondad y la piedad.

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Mi yugo es suave, mi carga ligera
(Mt 11:25-30)

El Evangelio de hoy es una reacción espontánea y alegre de los sentimientos de Jesús.

La comunidad de Mateo debe haber estado profundamente preocupada por el hecho de que
los líderes religiosos, ‘sabios e inteligentes’ de su tiempo, no aceptaron el mensaje de Jesús. Sin duda ellos entre todas las personas, deberían haber podido reconocer la verdad. Pero en este pasaje Mateo explica que no es desde una posición de conocimiento o poder por lo que uno reconoce quién es Jesús. Más bien, es por una actitud de apertura y sencillez, como a menudo encontramos en los niños.

Mateo, también enseña que, Jesús no se nos acerca como un señor de guerra, con amenazas o castigos, sino con humildad y gentileza.

El énfasis de la lectura es señalado por Jesús, con una manera afectuosa e íntima se dirige al Padre (Abba), lo hace cinco veces en este corto relato. La relación íntima se caracteriza por la confianza entre el Padre y el Hijo, y el Hijo, a su vez, lo revela a los que tienen fe para que participen en la relación íntima con Dios.

Las normas y las leyes de los dirigentes religiosos, en tiempo de Jesús, a menudo imponían cargas a los que sufrían, considerados débiles y pescadores. Al contrario, Jesús siempre trató de aligerarles las cargas.

La invitación de Jesús, en el Evangelio de hoy, es para todos. Es una invitación para que miremos nuestras vidas y preguntarnos qué cargas imponemos a los demás. ¿Nuestras preocupaciones, ansiedades, nuestras necesidades de poder, riqueza y estatus, exigen un alto precio a los demás y a nosotros mismos? ¿Somos una carga o una bendición el uno para el otro? ¿Qué podemos hacer para facilitarnos la vida, levantar el yugo y compartir la carga?

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El verdadero discípulo
(Mt 10:37-42)

El Evangelio de hoy es la última parte de esta sección del evangelio de Mateo sobre el anuncio del Reino y el papel de los discípulos.

Mateo siempre utiliza eventos como puntos de partida en las enseñanzas de Jesús. Esta sección del Evangelio comenzó con la llamada de Mateo, seguida de las instrucciones dadas a los discípulos cuando salían para la misión. Lo escuchamos el domingo pasado.

Hasta ahora, en este sermón, hemos escuchado a Jesús enseñar que los verdaderos virtuosos son aquellos que tienen misericordia. Los discípulos proclaman el Reino de Dios con obras de compasión y de misericordia. No permiten que el miedo comprometa el mensaje, sino que confían siempre en Dios.

El pasaje de Evangelio de hoy pone de manifiesto tanto el valor como la recompensa del verdadero discípulo. La relación del discípulo con Jesús debe ser el centro de su vida y el contexto de todas sus relaciones.

La hospitalidad y la acogida son expresiones concretas del discipulado porque los discípulos son quienes dan testimonio de la compasión y de la misericordia de Dios con los corazones abiertos y con acciones concretas de bondad.

Aunque el primer párrafo del Evangelio de hoy parece una elección excluyente entre Jesús y la familia, la idea de fondo del texto es que, en nuestra relación con Jesús, todas las demás relaciones adquieren su contexto adecuado.

Es nuestra relación con Jesús la que da profundidad y riqueza a todas nuestras otras relaciones. Así, por ejemplo, nuestras relaciones familiares van más allá de un cumplimiento social. Se convierten en verdaderas relaciones llenas de amor, misericordia, perdón y respeto. 

Los fariseos y los Escribas no se convirtieron en buenos discípulos, porque ellos pensaban que la religión consistía en hacer actos religiosos. Ellos iban, a la sinagoga, guardaban la ley, ayunaban; pero sus corazones nunca cambiaron por la observancia religiosa. Ellos decían ser justos, pero despreciaban a los pobres y a los pecadores, sus actuaciones eran sin justicia y sin misericordia.

La verdadera conversión a Jesús no es tan fácilmente identificable en los actos religiosos, sino en las buenas acciones y en las correctas relaciones.

Nuestra observancia religiosa consiste en apoyarnos y alimentarnos con la relación con Jesús, que no es sustituible. Esa relación tiene el poder de cambiar y transformarnos para manifestar a Cristo mediante nuestra vida de misericordia, de compasión, de justicia e integridad.

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Anímate a ser el Evangelio vivo del Señor
(Mt10:26-33)

El Evangelio de hoy nos presenta la segunda parte de las instrucciones de Jesús a sus discípulos cuando son enviados para su misión.
El texto se inicia con una exhortación para los discípulos en su misión: ‘No temáis’, una frase que se repite dos veces más en este pasaje evangélico.
La primera lectura del profeta Jeremías nos narra la experiencia de rechazo de Jeremías, nadie quiere escuchar el mensaje que Dios le ha mandado proclamar. De hecho, quieren matarlo. Jeremías se siente desesperado y con miedo. Luego, la lectura se convierte en una oración de confianza, Dios lo acompaña y proteja espiritualmente. Dios y Jeremías resultan vencedores.
Predicar en nombre de Dios es algo arriesgado y que aterra, Jesús lo sabe, por eso, urge a los discípulos a no tener miedo a los pequeños tropiezos, ni aquellos que solo pueden matar el cuerpo, Dios no les abandonará. Les recuerda que Dios siempre los tiene en cuenta y los acompaña en su misión. Los anima a ser valientes y audaces al proclamar la verdad sobre Dios y al confesar su creencia en Jesús ante los hombres.
Los oyentes de Mateo, como Jesús, Jeremías y los discípulos sabían todo acerca de la persecución y el rechazo. Su interrogante también es la nuestra: si permitimos que el miedo nos silencie, ¿cómo se escucharán las Buenas Nuevas de Jesucristo en el mundo? Si no hablamos, ¿quién lo hará? Si no actuamos, ¿quién lo hará?
En realidad, no se trata tanto de hablarle a la gente y citarle continuamente la Biblia. Como dijo San Francisco de Asís: ‘Predica el Evangelio en todo momento y cuando sea necesario utiliza las palabras’.
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Discípulos en crecimiento
(Mateo 9:36-10:8)

El Evangelio de esta semana narra la primera parte de las instrucciones de Jesús a sus seguidores que inician su misión.
Al principio de la lectura escuchamos que Jesús se compadece de las multitudes. Las amas, se compadece de ellas y responde a sus necesidades, ‘porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. La compasión de Jesús por la gente es lo que le impulsa a actuar.
Jesús exhorta a todo el grupo de discípulos a que recen al ‘Señor de la mies’ para que haya más trabajadores. A continuación, del grupo de los seguidores, Jesús elige a doce que Mateo denomina ‘apóstoles’ o misioneros.
A estos doce, Jesús le confía la misión de proclamar que el Reino de Dios está cerca. No se trata de una predicción del fin del mundo. Se podría traducir mejor como: el reino de Dios está muy cerca de vosotros.
Para un pueblo al que se le había dicho constantemente que Dios lo despreciaba, que era pecador y que estaba muy lejos del reino de Dios, esta era una buena noticia.
Jesús da el mandato a los discípulos a acompañar la proclamación de la Buena Nueva con la curación de todas las enfermedades y dolencias para romper con la idea de que la enfermedad (en cualquiera de sus formas) era una maldición enviada por Dios o un castigo por el pecado. Por el contrario, los discípulos deben ser un signo de la bondad de Dios, que trae salud y plenitud. El anuncio de la Buena Nueva debe hacerse siempre con generosidad y sin reparar en gastos.
Que a través de estas palabras del Evangelio escuchemos de nuevo nuestro propio llamado a ser misioneros del amor de Dios y portadores de la Buena Noticia. Dejemos que la bondad y la compasión de Dios toquen a unos y a otros a través de nosotros.
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La real presencia de Jesús en nosotros
(Juan 6:51-58)

Estamos acostumbrados a hablar de la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento. Pero, la presencia real de Cristo, también, está en comunidad cuando se reúne en su nombre para escuchar la Palabra de las Escrituras, recordando lo que Jesús dijo y realizó en la Última Cena (la bendición sobre el pan y el vino y el lavatorio de los pies), cuando juntos comparten la Eucaristía, cuando salen y continúan compartiendo la eucaristía con actos de amorosa bondad, con palabras de ternura que alimentan la vida de los demás

La Eucaristía no es solo un objeto para ser observado, sino una acción que se debe celebrar para que la presencia de Jesús continúe sanando y salvando.

Tal vez es necesario pensar más profundamente en la presencia real de Jesús en los seres humanos.

El pan y el vino no tienen ojos para mirar con amor, ni cara para sonreír, ni boca para pronunciar palabras reconfortantes, ni brazos para sostener al afligido y al enfermo, ni para echar una mano, ni oídos para escuchar el dolor. Pero nosotros sí..

De hecho, estamos llamados a convertirnos en la Eucaristía, que alimenta a los que nos rodean, con el alimento del corazón, con el respeto, con el amor, con la compasión, con la esperanza y el perdón.

‘También nosotros nos hemos convertidos en su cuerpo y, por su misericordia, somos lo que recibimos’. (San Agustín)

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Dios encarnado en medio de nosotros
(Juan 3:16-18)

Una lectura rápida de las lecturas de hoy nos muestran claramente que la fiesta de la Trinidad es una celebración del amor de Dios por la humanidad.

Es un día para reflexionar quién es Dios, pero no se trata de demostrar cómo pueden existir tres personas en un solo Dios. Hoy, el enfoque de la Iglesia está en la experiencia, no en la teología.

En términos intelectuales, Dios sigue siendo un misterio. Pero, para las personas de fe, Dios no es conocido con la mente, sino con el corazón. En esto consiste, la espiritualidad y la mística: vivir nuestra experiencia de Dios.

En la primera lectura, Dios es proclamado como un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia. Un Dios que camina con su pueblo.

Las palabras de Pablo, en la segunda lectura, nacen de su creencia que, habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios, los cristianos siempre deben actuar a imagen y semejanza de Dios.
Por medio de nuestra liturgia pública, la oración personal y la contemplación llegamos a experimentar - a saber y sentir en nuestros corazones, que Dios nos ama, nos acoge, nos perdona y nos invita constantemente a experimentar más profundamente su amor.

Cuando dejamos que el corazón de Dios nos hable con amor en nuestro corazón, comenzamos a asumir en nuestra vida su propia vida. Estamos siendo transformados, nuestros valores y actitudes, nuestra forma de mirar y estar en el mundo comienzan a cambiar. Comenzamos a mirar con los ojos de Dios y sentir con el corazón de Dios.

Nos apasionan las cosas que le apasionan a Dios: hablar con sinceridad, actuar con justicia e integridad, velar por los demás y especialmente por los vulnerables, promover la paz y la comprensión, poner fin a la competencia y la discriminación, respetar la vida.

Esto nos hace ser mejores personas, nuestras vidas se convierten en una bendición para nosotros y para el mundo.

Eso es lo que significa vivir el gran regalo que Dios nos ha dado, el Espíritu de Jesucristo que ha sido derramado en nuestros corazones. Dios se encarna en nosotros y nosotros nos convertimos en administradores de la gracia y la vida de Dios.

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