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Lunes, 07 Abril 2025 12:03

Celebrando en Familia - Domingo de Ramos

El amor revelado
(Lucas 23:1-49))

Para los que no pueden participar en la misa, reunir algunas palmas. Después de la bendición, se pueden repartir entre todos los presentes. Las palmas son un recordatorio de que la historia de Jesús no termina en la muerte, sino en la vida.

Señal de la Cruz

En el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo.
Amén.

Preparémonos para escuchar la Palabra

Hemos sido llamados por Dios para ser la Iglesia, 
el Cuerpo de Cristo y el Reino de Dios 
en este mundo.
No somos un edificio, 
somos un pueblo reunido y edificado, 
en la Palabra de Dios 
en el amor de Cristo, 
y en la unidad del Espíritu Santo.
Durante la Cuaresma nos hemos estado 
preparando para la celebración de la Pascua 
con obras de amor y abnegación.
Hoy, en unión con toda la Iglesia, 
recordamos la entrada de Cristo en Jerusalén 
para culminar su obra salvadora como nuestro Mesías: 
sufrir, morir y resucitar.
Nosotros también entramos 
en esta semana santa 
damos la bienvenida a Cristo 
como nuestro Salvador.

Bendición de las Palmas

En el Imperio Romano, la gente usaba ramas de palma y otras plantas como señal de bienvenida y respeto cuando las personas importantes entraban en los pueblos y las ciudades. Los evangelios recuerdan que esto es lo que muchas personas en Jerusalén hicieron con Jesús.

Dios Todopoderoso,
escucha nuestras oraciones:
Derrama tu bendición sobre nosotros y sobre estas
palmas. Hoy aclamamos con gozo a Jesús nuestro
Mesías y Rey. Que podamos honrarlo todos los días
viviendo siempre en él, porque él es Señor por los
siglos de los siglos.
Amén.

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas

Lector 1: En Aquel tiempo, los ancianos del pueblo con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús en presencia de Pilato.
Y se pusieron a acusarlo, ‘Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey’. Pilatos le preguntó: ‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Él le responde: ‘Tú lo dice’.
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: ‘No encuentro ninguna culpa en este hombre’. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo: ‘Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí’. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo, y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Lector 2: Herodes al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestaba nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilatos. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí
Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistado.
Lector 3: Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo: ‘Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré’. Ellos vociferaron en masa:
‘¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás’. (Este había sido metido en la cárcel por una revuelta en la ciudad y un homicidio.)
Lector 1: Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando: ‘¡Crucifícalo, crucifícalo!’. Por tercera vez les dijo: ‘Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré’. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús lo entregó a su voluntad.
Lector 2: Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: ‘Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: ‘Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: ‘Caed sobre nosotros’, y las colinas: ‘Cubridnos’, porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?’ Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Lector 3: Y cuando llegaron al lugar llamado ‘La Calavera’, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’. 
Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
Lector 1: El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo’. Había también encima de él un letrero: ‘Este es el rey de los judíos’.
Lector 2: Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: ‘¿no eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros’. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: ‘¿Ni siquiera temes a tu a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada’.
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: ‘En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.’
Lector 3: Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre todo la tierra, hasta la hora nona.
El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: ‘Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu’. Y, dicho esto, expiró. [Se hace una pausa en silencio]
Lector 1: El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:‘Realmente, este hombre era justo’. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.

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