Sí, debemos purificar nuestro corazón de todo lo que pueda impedir el verdadero amor a Jesús. Él solo es el amor y en el amor desea comunicarse con nosotros. Continuamente, sin cesar, el buen Jesús nos llama: ¿hasta cuándo seremos sordos a su invitación? Ofrezcamos a Jesús nuestros corazones, entregémosle nuestra voluntad, pongamos a su servicio nuestras facultades y nuestros sentidos.
Que en nuestro corazón no haya ningún apego desordenado a las criaturas, sino solo amor, un amor cada vez más ardiente, porque el amor nunca se contenta y no se aquieta hasta que lo ha consumido. Y cuando el amor purísimo de Jesús haya inflamado completamente nuestro corazón, quitará todo lo que no sea amor.
No durmamos, pues: amemos a Dios sin cesar. Solo Dios, creador del cielo y de la tierra, sea nuestra paz, nuestro consuelo. En efecto, siempre podemos encontrar a Aquel que permanece eternamente; todo lo demás pasa, es transitorio.
El amor, el amor, os recomiendo un amor cada vez más ardiente, que nunca se calme. Cuanto más amemos a Dios, más desearemos amarlo. Y cuando tengamos a Jesús en nuestro corazón, estaremos seguros de poseer en Él y con Él todas las cosas.