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Viernes, 19 Agosto 2022 11:53

Celebrando en Familia - 21 Domingo del Tiempo Ordinario

La puerta estrecha
(Lucas 13,22-30)

Es una sensación horrible encontrarse con la puerta estrecha de la casa. Puede infundir pánico. ¿Qué voy a hacer ahora?

Es aún peor si los que están adentro no te dejan entrar, o ni siquiera te reconocen. Peor aún si la casa está llena de extraños.

No hay que confundir el sentido de la advertencia en este pasaje del Evangelio de Lucas.

A lo largo de las últimas semanas, el Evangelio ha presentado a Jesús en su viaje a Jerusalén y su enseñanza sobre cómo vivir nuestra vida como discípulos y las difíciles decisiones que ello implica. Las lecturas de esta semana continúan en esta línea y señalan la dificultad de ser auténticos con Dios y estar preparados.

Si no estamos bien preparados, seamos quienes seamos, no veremos el Reino de Dios; recordemos las frases de las últimas lecturas del Evangelio: «Estad preparados», «lámparas encendidas», «ceñirse la túnica».

La enseñanza de Jesús en los pueblos y aldeas despierta la sensación de que las cosas se acercan a un punto culminante. Esto provoca la pregunta de cuántos se salvarán. Jesús se niega a especular sobre las cifras, si no que convierte la pregunta en una advertencia para no desperdiciar la oportunidad mientras está disponible. De lo contrario, una persona puede muy bien encontrarse encerrada fuera.

A través de lo que Jesús realizará en Jerusalén, todos tendrán la oportunidad de formar parte de su reino. Él abrirá la puerta.

Ser un discípulo no consiste en seguir a Cristo solo de nombre.

Nuestra relación con Jesús no se consigue por conocimiento casual de sus palabras y acciones, sino por una conversión profunda (arrepentimiento): la «puerta estrecha». Por lo tanto, tenemos que intentar honesta y decididamente vivir nuestra humanidad, nuestras preocupaciones sociales y nuestra fe mediante la acción y la oración, a la luz de Cristo, en su espíritu y según sus enseñanzas.

El discípulo solo puede participar plenamente en la vida de Cristo a través de una verdadera conversión del corazón: esa es la «puerta estrecha» por la que entramos en el Reino, nuestro verdadero hogar.

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