¿Quién decís que soy yo?
(Mt 16:13-20)
En este momento del Evangelio de San Mateo, Jesús y sus elegidos han vivido y han viajado juntos durante un largo tiempo. Ahora les invita a reflexionar acerca de su identidad, incluso en su pregunta hay una pista explícita: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?
Los discípulos le responden lo que han escuchado de otros: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas.
Luego, Jesús pregunta a los discípulos: «Pero vosotros ¿quién decís que soy yo?» Pedro añade al título «Hijo del Hombre» reconociéndolo como «el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Entonces, Jesús llama a Pedro bienaventurado. El mismo Pedro, cuya fe flaqueó cuando fue azotado por el viento y las olas en el Evangelio del domingo antepasado, ahora muestra su apertura a Dios y reconoce quien es Jesús. Pero este no es el final de la historia de Pedro. En sus respuestas hay altibajos como veremos el próximo domingo cuando esta “roca” de la fe se convierte en piedra de tropiezo para el proyecto de Dios.
A pesar de todo, Jesús llama a Pedro como “la roca” sobre la que se edificará la Iglesia. Pedro tiene un nuevo nombre y una nueva vocación. La Iglesia tendrá que luchar contra las fuerzas hostiles que buscan esclavizar a las personas en el pecado. Será un refugio seguro de libertad al ser la presencia viva de Dios.
La tarea de Pedro es usar las “llaves del Reino” para abrir y liberar el reino de la gracia de Dios en el mundo. En este trabajo, las decisiones deben tomarse para toda la comunidad de la Iglesia. Aquí, las palabras de Mateo “atar” y “desatar” no tienen nada que ver con el perdón de los pecados. Es una manera de promesa que las decisiones sinceras y honestas de los fieles tienen el respaldo divino. No significa que estas decisiones sean las mejores o las más perfectas. El discernimiento y la toma de decisiones son parte del trabajo de ser discípulos, encontrando juntos el camino del Señor, ser presencia vida de Dios en el mundo.
Finalmente, Jesús manda a sus discípulos a guardar silencio sobre su verdadera identidad para que no se confunda su mesianismo con la expectativa de la gente que esperaba de un mesías que los liberase de la ocupación romana.
Como el domingo antepasado, Pedro se parece mucho a nosotros. Realmente queremos creer, convertirnos en la presencia de Dios, pero parece que no siempre somos capaces de hacerlo.
Tenemos grandes momentos de fe en los que estamos profundamente en sintonía con el corazón de Dios. La mayoría de nosotros también tenemos momentos cuando volvemos a caer en los caminos estrechos y duros que no pueden sostener el poder del amor de Dios. Pero el Evangelio nos asegura que a pesar de nuestra debilidad y de las muchas maneras que nos sentimos débiles, Dios todavía está cerca de nosotros y la fe es un viaje, no un destino.
Con mis pensamientos, palabras y acciones ¿qué digo yo quién es Jesús?
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