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Martes, 03 Septiembre 2024 07:06

Celebrando en Familia - XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Desatando las ataduras
(Marcos 7:31-37)

Aunque la tecnología moderna y las redes sociales son ventajas, la gente puede sentirse profundamente aislada, apartada de quienes la rodean. Compartan algo de la experiencia del hombre del Evangelio de este domingo. No puede oír ni hablar correctamente. Viviendo en el mundo antiguo, eso debió ser una experiencia profundamente aislante, aterradora y frustrante para él.
La gente le pide a Jesús que le imponga las manos. En aquella época había muchos curanderos ambulantes, por lo que la petición de la gente no implica que conocían quién es realmente Jesús, solo quizás su reputación de curandero.
Jesús lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Ambos gestos son profundamente íntimos y un tanto confrontantes. Me pregunto cómo debió ser ese hombre. ¿Cuánto entendía lo que hacía Jesús? Siendo sordo, ¿sabía siquiera lo que la multitud había pedido a Jesús que hiciera por él?
Jesús mirando al cielo, suspiró y dijo ‘¡Effetá!’ -que quiere decir ‘¡Ábrete!’ De repente, el hombre puede oír y hablar con claridad. El aislamiento social del hombre ha terminado. Ahora puede entrar plenamente en relación con otras personas. El hombre se alegra, la gente se alegra y, aunque Jesús les mandó que no lo dijeran a nadie, cuentan la historia por todas partes.
Al narrar esta historia Marcos parece sugerir que, sin el toque íntimo y sanador de Jesús, permanecemos sordos tanto a la voz de Dios como a los gritos de los otros y, no estamos plenamente disponibles para relacionarnos con ninguno de ellos. Permanecemos cerrados y paralizados en nuestro interior, incapaces de escuchar la Palabra de Dios o de transmitirla a los demás. Pero una vez tocados por el poder y el espíritu de Jesús, nos abrimos a la Palabra hecha carne y a la visión de Dios para la vida. Nuestras ataduras internas, las cosas que una vez ahogaron la Vida dentro de nosotros, comienza a desatarse y empezamos a hablar con claridad de la preocupación amorosa de Dios por toda la humanidad en cada palabra y acción.

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