Hacer el bien en el nombre de Jesús
(Marcos 9:38-43, 45, 47-48)
Los discípulos están aprendiendo mientras Jesús les enseña en que consiste el verdadero discipulado.
La semana pasada, tomando a un niño pequeño, Jesús trató de mostrarles que el verdadero liderazgo consiste en dejar de lado nuestras propias necesidades de estatus sociales –la auto importancia, poder y riqueza, y entregarnos plenamente al servicio de los demás.
Pero los discípulos aprenden lentamente. En el Evangelio de este domingo, cuando comunican que intentaron impedir que alguien expulsara demonios en el nombre de Jesús solo porque «no es uno de los nuestros», probablemente esperaban un elogio de Jesús. En cambio, recibieron una reprimenda.
El verdadero discipulado no consiste en guardar el misterio del Reino para nosotros mismos, para dispensarlo como mejor nos parezca, decidiendo quién merece nuestro amor, preocupación y servicio y, quién no.
Las dos lecturas principales de este fin de semana nos recuerdan que el misterio pertenece a Dios, que elige y usa a quien quiere al servicio de los seres humanos y del Reino. El verdadero discípulo necesita tener la humildad para ver que él o ella es simplemente uno de los muchos que Dios ha elegido.
En el liderazgo del servicio no hay lugar para quienes se exaltan o se creen poseedores de alguna posición privilegiada con poder para controlar el misterio. Y los celos de los demás distorsionan las intenciones de Dios y comprometen nuestros esfuerzos.
En la segunda parte del Evangelio, Jesús redirige la atención de los discípulos hacia el mal que puede encontrarse dentro de la comunidad cristiana. El mal ejemplo o el comportamiento explotador pueden ser un obstáculo para los miembros más vulnerables de la comunidad. Estas personas contrastan con el ‘hombre que no es de los nuestros’, pero que está haciendo algo bueno al usar el nombre de Jesús para curar a la gente: es un ‘verdadero’ discípulo, pero desconocido de Jesús.
Los que proclaman ser verdaderos discípulos pueden muy bien encontrarse a sí mismos como forasteros y excluidos del reino.
Ambas imágenes son en realidad una invitación a todos los aspirantes a discípulos a escudriñar sus propios corazones y a hacer el trabajo de podar aquellas cosas que se interponen en el camino de ser un verdadero discípulo.
Jesús cambia el énfasis de las buenas acciones del forastero al principio de la lectura, a las acciones pecaminosas de los miembros de la comunidad hacia el final de la lectura. Tal vez esté invitando a los discípulos, y a nosotros, a examinar nuestras propias motivaciones y comportamientos en lugar de juzgar a los demás.
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